La genialidad, la creatividad y sutileza de la creación realmente se mide en lo extraordinario de lograr que algo ordinario lo sea. Encontrar la excelencia en un producto o servicio de uso común, de uso diario, equivale a alcanzar el máximo grado de plenitud en cuanto al desarrollo de producto se refiere. Siempre, por supuesto, bajo mi humilde punto de vista.
Recuerdo cuando estudiaba Ingeniería en Diseño Industrial que veíamos y estudiábamos decenas, cientos de productos, pero recuerdo uno con admiración, con un cariño especial: La aceitera de Rafael Marquina.
Mis compañeros que me lean seguro se acordarán, es un producto especial, para quien no lo conozca, aquí dejo una imagen de la preciosa aceitera:
Transformar este objeto cotidiano en algo que sobresale del resto es tarea ardua, pero que guarda en ella un proceso de investigación, creatividad y desarrollo complejo. Tanto es así que hace unos días leía que esta mítica aceitera de Rafael Marquina era la aceitera más copiada del mundo. Con esta frase ya nos podemos hacer una idea de la grandeza de este pequeño producto de uso cotidiano.
Y es así, lograr plasmar en un mínimo recipiente de cristal tanta cantidad de creatividad y diseño es fascinante. La aceitera evita el problema funcional del goteo del aceite al ser vertido, la mancha resultante de la misma en mantel y la posterior regañina de tu pareja.
Claro parece que el bueno de Rafael Marquina partió de ese insight que recogió de su niñez, cuando su madre lo regañaba por manchar la mesa al echar aceite en el pan, y lo convirtió en este producto que hoy en día puedes encontrar en cualquier tienda de menaje. Pero también a su vez consiguió llegar a la emoción de minimizar la sensación de frustración por el hecho de manchar a causa de un insignificante acto, el de verter aceite en el pan.
Muchas son las características que entraña esta aceitera de Rafael Marquina, pero sin duda el binomio perfecto de la función y la emoción, de nuevo, ha hecho historia.
FOTO: blog.interiortime.com